lunes, 26 de octubre de 2015

RESUMENES DE LAS OBRAS

EL ASCO

La sociedad adulta espera y exige a sus jóvenes y adolescentes que sean responsables con su vida sexual coital, sin embargo se comportan irresponsablemente en la manera como asumen la educación sexual. Los adultos suponen que con "la pedagogía del NO" y el "terrorismo sexual" sería suficiente para lograr una sexualidad responsable. La prohibición ha sido insuficiente para ejercer control sobre la conducta sexual de los jóvenes y mucho menos para formarla. La familia y la escuela no forman intencional y sistemáticamente la sexualidad. La mayor parte de los adultos dicen a sus hijos que tengan cuidad pero o enseñan como tenerlo. La escuela y la familia aún sigue formando la sexualidad con un esquema sorpresivo y preventivo: "mira todo lo malo que puede ocurrir si tienes sexo coital". En este trabajo se analiza las agendas sexosóficas de las políticas de educación sexual basadas "solo" en abstinencia y postergación. Se analiza con datos estadísticos de los países desarrollados la ineficacia de estas políticas. Se propone la formación en autonomía. Se cuestiona el papel irresponsable de l familia y la escuela. La misión de la familia, la escuela, el estado y la sociedad sería brindar todos los repertorios en conocimientos, valores, actitudes y habilidades para que en forma autónoma puedan iniciar responsable y constructivamente su vida coital, en el momento que cada cual lo considere, antes o después del matrimonio. Mientras se siga evitando hacer una educación sexual abierta, basada en la verdad, centrada en la promoción de valores y actitudes para una sexualidad responsable, realizante y constructiva, no se podrá esperar que las futuras generaciones tengan una salud superior a la que han tenido las generaciones anteriores.
Palabras claves: sexualidad adolescente, educación sexual, salud sexual adolescente, sexualidad responsable, educación sexual familiar.

PUTA VIEJA

 Así era mi cuerpo, como el de la Margot, la cipota que está acusada de guerrillera. Claro, han pasado tantísimos años que ahora con mi cara cruzada de arrugas, la boca sin dientes y los pilguajos de chiches que me quedan, nadie podría reconocerme. Pero era bonita, aunque se rían.
        Cuando lo conocí acababa de llegar al "Over de Top", un burdel que quedaba en Soyapango y donde había otras quince muchachas, todas lindas, porque el Over era de lujo, sólo lo frecuentaban señores de carro y por la salida de una había que pagar quince colones. En ninguna parte cobraban tanto.
        Él vivía en una de las casitas de madera que quedaban a la orilla de la cuestona que sube para Soyapango. Lo veía con su uniforme del Instituto Nacional, siempre bien limpio, con los cuadernos apretados debajo del sobaco y su quepis de lado, con la hebilla del cincho bien lustrada; caminaba la cuestona del Agua Caliente para tomar el bus en la Garita, aunque muchas veces se iba a pie, porque no tenía ni cinco para la camioneta.
        Al principio me miraba con desconfianza porque yo iba bien pintarrajeada, las cejas recortadas y los montones de rouge en la cara. Quizás por eso decían que a las que se pintan así la cara les rebota de putas. Yo estaba bien cipota, de unos diecisiete. Él era menor. Apenas llevaba una estrellita negra en la manga de la guerrera cuando me dijo que iba a cumplir los trece.
        No me miraba, me tragaba con los ojos, y yo que ya era un tigre que caza echado, me burlaba y a propósito usaba unos vestiditos cortitos, o me bajaba a comprar la leche, sin sostenes, caminando la cuestona a la par suya y lo miraba al pobre, todo rojo de vergüenza tratando de cubrirse la bragueta con los libros, porque ya se le había endurado la cuestión. Hasta que comenzamos a hacernos amigos.
        Al poco tiempo me regaló una foto y es por esa foto que estoy presa. Era mi chulo. Pero no de esos que le pegan a una y dicen que la protegen. No. Él nunca me pegó. Era mi chulo porque era mi marido, aunque no vivíamos juntos en la misma casa, pues yo siempre anduve en los burdeles, hasta que puse mi propia pieza a orilla de calle, allá por La Tiendona, y aunque se quedaba a dormir conmigo toda la noche, pero sólo los viernes, porque estaba estudiando.
        Yo, para qué voy a negarlo, siempre estuve engazada de él. Hasta ahora.
        Cuando recién comenzamos nuestro idilio no me quería agarrar los centavos, entonces yo le compraba ropa, buenas camisas italianas de donde Hugo Tona, y las mejores zapatillas que habían en La Marzenit. Me gustaba que anduviera bien guapo y, aunque salíamos poco, me sentía orgullosa de vestirlo bien tipería. Así fue que se acostumbró a la buena ropa. Hasta la de uniforme se la compraba de la mejor tela, no la rascuache que la vendían en Martínez y Saprisa. Ninguno del Instituto Nacional se vestía tan bien como yo lo vestía a él.
        Los viernes me ponía lo mejorcito que tenía, pura angelita parecía, sin pintarme para que no me viera la cara de lo que era, y lo llevaba a comer. Íbamos a comer al restaurante Francés, uno bien elegante que quedaba esquina opuesta a donde Ambrogi y nos íbamos en taxi para que no lo vieran sus amigos. Nunca lo llevé a los restaurantes adonde lo llevan a una los clientes, ¡cómo van a creer! Ni al Claros de Luna, ni al Mercedes, ni siquiera a El Migueleño. Íbamos al Francés porque además allí había reservados y no me importaba gastar lo que fuera.
        Para su bachillerato le regalé un traje entero, de allí mismo, donde Toná,  un casimir inglés gris oscuro, que se lo hizo el maestro Huguet de la Sastrería Anatómica. Se miraba elegantísimo con su corbata roja pringada de blanco, y esa noche del título nos fuimos al restaurante y lo hice que se bebiera como seis jaiboles. Cuando llegamos a la pieza iba bien atarantado y pasamos una velada deliciosa haciendo planes para su futuro. Por esa época yo sentía que me quería. Esa noche me regaló otra foto de uniforme, donde estaba en grupo, pero se me perdió. La otra sí, la conservé toda mi vida.
        Llevaba como quince años de vida miserable, con tantos desvelos, y los clientes que obligan a tomar, y si una no cede, no salen. Era borracha entonces, pero delante de él lo disimulaba. No tomaba nada, aunque a veces me sentía olor a trago y se molestaba.
        Se perdía por temporadas sólo llegaba por necesidad de los centavos. Pobrecito.
        En esos tres años lo perdí. No lo volví a ver nunca, por más que hice para buscarlo. Como no permitía que conociera a sus amigos, no tenía a quién preguntarle. Después supe que se casó con una rica de aquel pueblo. ¡A saber!.
        Entonces, de decepción, comencé a tomar más seguido y fui perdiendo mi clientela. De aquella puta que cobraba cinco pesos en mi pieza, fui bajando hasta llegar a tostones. Estaba marchita. Me había adelgazado y tomaba a diario. El único consuelo era su fotografía, que había mandado a ampliar y tenía en un marquito con vidrio y todo. Pensaba que algún día volvería, pero así fueron pasando como veinte años o más.
        Después ya ni de puta servía, por vieja, flaca y fea. Así puse una mi vente cita de frutas allí mismo, en el mesón, ¡pero que iba a ganar! Además estaba podrida de la sangre, porque en la Sanidad me habían puesto la novecientos catorce varias veces, pero siempre estaba toda llena de chiras.
        Entonces vino el pleito, porque la pieza la compartía con la Tencha, una puta no tan vieja que todavía trabajaba con el cuerpo pero era más borracha que el mismo guaro. Estaba necia desde hacía meses queriéndome quebrar la foto y burlándose de mi abogado. Eso a mí no me importaba, pero que no me fuera a tocar la foto, porque se iba a arrepentir. Hasta una noche, en que las dos estábamos pasadas de borrachas, agarró la foto y la tiró contra el suelo, y después la rompió en mil pedacitos. Yo no le dije nada porque tenía miedo, pero cuando estaba dormida le metí a saber cuántas puñaladas y me acosté. Al día siguiente la hallaron bien muerta. Y no me arrepiento, si me volviera a romper la foto, la volvería a coser a puros trabones.
        A él, después de veinticinco años, lo volví a ver en el juicio. Estaba lindo, bien vestido, con un traje gris oscuro como el primero que le regalé. Se veía elegante, como cuando yo lo vestía. Era el fiscal. Es decir, no era él propio, sino su hijo. Eran igualitos. La misma mirada seria, el mismo bigote, su misma boca que tantas veces me comí, ¡y como sabía el muchacho! Hizo pedazos al defensor que me habían puesto, y yo, mientras él me insultaba, me decía puta vieja y otras cosas, lo miraba, embelezada, no le apartaba la vista, pensaba que era él, mi estudiante, el único amor de mi vida. A veces me turbaba y yo le obsequiaba una sonrisa. Era lindo, tenía la misma voz, y los mismos gestos. Cogía el cigarrillo igualito que él, y de malicia echaba bocanadas de coronitas como el papá.
        Cuando terminó el juicio llegó a la banca donde yo estaba y me preguntó que por qué lo veía con tanta ternura, si él estaba pidiendo mi condena. Porque sí, le dije. Porque usted es bien lindo, como hubiera querido que fuera mi hijo, y le besé la mano
        Aquí en la cárcel me enseñaron el diario y recorté la foto. Se miraban bien lindos. Él, ya viejón, pero guapo, y él, jovencito, en primera plana. Resonante triunfo de padre e hijo, decía. Magistrado asciende a presidente de la Corte Suprema el mismo día que su hijo obtiene la condena de una asesina.

EL DINERO MALDITO

La obra habla sobre el alcoholismo en El Salvador y los diversos problemas sociales que este traer. “El Dinero Maldito” toca aquellos puntos de la moral de la persona y a su vez establece normas de comportamiento e ideología para una mejora personal y una mejor sociedad. En la obra se habla de un dinero que se gana de una forma justa porque se consigue por trabajar ósea es un dinero que de verdad las personas gana no lo roban, pero que lo gastan de una manera incorrecta. El autor da a conocer que el dinero es maldito ya que este no da más que problemas para el que lo emplea en vicios y no en su familia , que es la quemas sufre cuando uno de sus integrantes ca en la penuria del dinero maldito, ya que no supo cómo utilizarlo. En la obra primero se ven estos factores de manera general en el sentido deque el autor expresa que las personas trabajan arduamente y duramente para conseguir su dinero pero que al final solo lo usan en cosas malas en cosas que les dan un fin mal como parar en el hospital, la cárcel o morir ya que los hombres trabajan duro durante toda la semana pero llegado el fin de semana utilizan el dinero para beber hasta perder la razón por completo mientras en sus casa sus familias tiene que buscar la forma de subsistir, y así los hombres que una vez trabajaron duramente y tenían un poco de dinero terminan hasta con deudas por buscar la manera de conseguir más dinero y seguir utilizándolo en sus bebidas. Luego en la obra se muestra una perspectiva desde la casa de un ebrio donde se demuestra que su familia vive en pena constantemente ya que el hombre al llegar ebrio a su casa maltrata a su familia no se da cuenta de lo que hace, se deja llevar por sus impulsos hasta llegar el momento en que el se da cuenta de que se ha alejado de sus familiares que el ha cambiado y no para bien que simplemente se ha convertido en una persona que necesita tomar.

JUSTICIA SEÑOR GOBERNADOR

¡Justicia Señor Gobernador! es una novela escrita por el autor salvadoreño Hugo Lindo; poeta, ensayista y novelista. También fue abogado y en esta novela se refleja esa formación.
El personaje principal, el doctor Amenábar, es un juez respetado, recientemente despojado de su cargo por la Corte Suprema de Justicia. Ese ser que ha dedicado su vida a las leyes se siente abandonado de la confortadora presencia de su escritorio, su campanilla, sus legajos, el personal a sus órdenes, y ya ni siquiera opone resistencia cuando su sobrino lo lleva a un sanatorio que resulta ser un hospital psiquiátrico.
El juez nos va mostrando los laberintos de la existencia mientras otras realidades a su alrededor se mueven en terreno pantanoso. El vecino de la celda que se cree armado de piezas metálicas, el cura que arma una teología fantástica, el sobrino que vive en el mundo de los cuerdos pero da crédito a los espiritistas. Tan sólo la presencia del amor, en la figura de la enfermera Lucinda, parece dar un sentido a ese manicomio que es también el mundo. Es la obra más importante del escritor Hugo Lindo

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